El día está gris, alguna gota se asoma esporádicamente, tímida, temerosa de caer. El viento se desliza entre las copas de los árboles y, mientras cortan el pasto de casa, generan un ritmo similar al soundtrack de Tarzán. Después de gozar por unos días el verano que se viene, hoy volví a ponerme una polera y mis medias más abrigadas.
Aunque disfrute de cada rayo de sol en verano, debo admitir que las tardes frente a la chimenea, tapada con una manta tienen su magia. Claro, el invierno es la excusa perfecta para quedarse en casa. Mi mente nostálgica no puede parar de pensar en lo que voy a extrañar mis tardes de paz frente al fueguito, a pesar de que todavía no terminaron.

Por ello, quiero resumir mis infaltables de invierno, y de alguna manera inmortalizar esas pausas que tanto disfruto:
- Volver de la facultad o el trabajo y tirarme frente a la chimenea con las llamas del fuego bailando entre las chispas. Sé que no todos tienen una chimenea o aquellos que sí, pueden no prenderla todos los días. Les propongo que por dos minutos cierren los ojos e imaginen una fogata en frente suyo. Acaban de hacer un viaje sin moverse de su silla.
- Una taza de té, mientras más grande la taza mejor. Mi preferido es el de jazmín, haciéndole honor a mi nombre.
- Una manta de lana o de polar. Si sos friolento como yo, nada va a sacarte el frío – ni la calefacción en máximo – como la satisfacción de estar acurrucado bajo una manta. Y si podés compartir este solemne acto con alguien, mejor.
Léase alguien como perro, gato, novio, novia, amigos, madre, padre, hermanos, etc. - Lluvia, ese condimento mágico que va a permitir transportarte a otro mundo. No siempre es posible pero puedo imaginarme las gotas caer en el techo.
- Un libro, el protagonista esencial de esta postal.
Los libros van a darte alas, abrirán tu mente a nuevas realidades, incluso a aquellas que creas inconcebibles desde la lógica. Van a pasar las horas, el día se convertirá en noche, y vos vas a seguir plantada frente en el sillón, con la taza vacía, los ojos cansados pero sin soltar el libro. Como un hechizo, el teléfono va a pasar a último plano y sin siquiera darte cuenta.
Desconectarme es parte esencial de mi rutina, genero el espacio para dejar de lado lo digital y alimentar mi alma. A veces escribo. Otras pinto. Siempre leo. Desde chica fui construyendo este hábito, que cada día me cuesta más. En el afán por hacer y hacer me olvido de SER para mí. Pienso en «después» y se termina convirtiendo en nunca.
Te propongo apagar el teléfono por un rato, o si te parece imposible, escondelo así no lo tenés al alcance de tu mano (después de leer esta nota jajaja). Agarrá un libro, ese que no podés soltar, o aquel que junta polvo en tu escritorio. Dedicale un tiempo, construí una relación con cada uno de los personajes, escenarios y momentos. Aprendé de los autores y sus pensamientos. Fundite en las hojas y hacete uno con tu libro.
Capaz hoy no podés avanzar más de dos hojas, pero día a día vas a ir avanzando. Creá un espacio para desconectarte del entorno y crear tu propia postal invernal. Dentro de un tiempo me lo vas a agradecer.
Fueguito, manta, té y libro en mano. No niegues que te tenté con esta postal invernal.
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